LA PRÁCTICA ESPIRITUAL

Del esfuerzo y del no-esfuerzo

Jean-Marc Mantel

              Tras sus estudios en medicina y psiquiatría, en respuesta a un despertar del cuestionamiento existencial, Jean-Marc Mantel tuvo un primer encuentro con la metafísica, después con los escritos de Krishnamurti, Ramana Maharshi y finalmente Jean-Klein, con quien estudió el conocimiento del Sí mismo, la transcendencia de la mente y los enfoques sutiles del yoga. 

                Ahora se dedica a la transmisión de estos enfoques. Este libro es una parte de esta enseñanza que se sitúa entre dos realizaciones: la realización de la ilusión del yo, inestable como un sueño, y la realización de la realidad del Sí Mismo, y la realidad de la mirada, siempre presente. Ciertamente, esta obra tiene la apariencia de un camino espiritual a seguir.

                La enseñanza de Jean-Marc Mantel invita continuamente al cuestionador, a volver su mirada desde el mundo percibido hacia aquello que lo percibe, desde el pensamiento al no-pensamiento, desde el personaje que creemos ser, a la consciencia testigo que lo contiene.

         

FRAGMENTO DE LA OBRA

Capítulo 3


 P- Las enseñanzas espirituales, vía progresiva y vía directa.
Me doy cuenta de que hay dos tipos de corrientes en
las enseñanzas espirituales. De un lado, están las enseñanzas
destinadas a calmar la mente. De otro lado están las enseñanzas que
la ignoran apuntado hacia una identificación con la consciencia
sin forma, adoptando la escucha o la visión continente.


JMM – Hay dos aspectos en el conocimiento del yo y del Sí Mismo.
El aspecto negativo niega toda realidad a la percepción, de la
naturaleza que sea, como no siendo la realidad de lo que yo soy.
Es una fase eliminatoria que contribuye a «limpiar el terreno»
disminuyendo al mínimo las proyecciones mentales, que dejan
de ser nutridas por la devoción y la admiración. El segundo
aspecto podríamos llamarlo positivo. Se resume al mandato
«Tú eres Eso», apuntando hacia la realidad que transciende las
apariencias. Si ese terreno no está lo suficientemente despejado,
esta última formulación no será más que una fórmula filosófica,
y tendrá poco impacto. Sin embargo, cuando la mente está
madura actúa como el filo de una espada, seccionando los
últimos hilos de la identificación a la proyección, por el simple hecho de llevar la atención hacia la consciencia misma, sustrato
de toda percepción.


P – Parece que el sentido del yo deba desaparecer. Esto significaría
que ningún movimiento mental emergería jamás. Pero ciertamente
una mente funcional va a persistir, ¿no es así?


JMM – Si, evidentemente, querer eliminar todos los pensamientos
seria como querer eliminar todas las hormigas. Siempre quedará
una que pueda reproducirse. En la desidentificación de la mente,
es la consciencia misma quien se libera de la identificación
con el contenido del pensamiento. Esto concierne a la mente
psicológica, hecha de memorias de placer y dolor. Esto no
concierne a la mente funcional que sirve para comprar el pan.


P – Pero entonces, el mínimo movimiento mental que se
manifieste será forzosamente relacionado con las preocupaciones
del «yo», con la supervivencia del yo-cuerpo….


JMM – En efecto, todos los pensamientos incluso los funcionales,
están orientados a la supervivencia del cuerpo. Pero a menos
que se esté en un estado absoluto de desapego corporal, que
aceptaría también su desintegración completa e inmediata, hay
un mantenimiento de una mente activa relacionada con un
cuerpo activo. La orientación espacio-temporal y la organización
de prioridades de acción requieren una tal mente, que es
funcionalmente activa, pero que no genera ni sufrimiento, ni
miedo, ni duda.


P – La meditación parece profundizarse y durar cada vez más.
Sin embargo, siempre viene un acontecimiento que pone al «yo» en
el centro, volviéndole hacia preocupaciones muy poco espirituales…


JMM – Estos momentos de reacción son muy valiosos. Permiten
desvelar residuos egoicos. Cuando son vistos y acogidos se
reabsorben por sí mismos en el silencio de la escucha. Es el
rechazo quien los nutre.

P – ¿Es contraproducente intentar reformatear la mente explicándole
la «verdad», todo es Uno, todo es ilusión…? ¿O sería preferible volverse
hacia la vía directa consistente en «olvidarse de todo»?


JMM – Cuando la verdad es escuchada despierta en vosotros
un eco. Este eco proviene de la verdad presente en vosotros
mismos. No viene del exterior, sino que es un reflejo directo de
vuestra propia naturaleza. Si vuestra mente es lo suficientemente
madura, podéis entonces al instante, estableceros en la naturaleza
del Sí Mismo. Si la mente está desordenada, miedos, dudas y
proyecciones continuaran solicitando vuestra atención. No
hacer nada es también un hacer. Podéis ver claramente que
el hacer no puede llevaros a ser, que es ineficaz para llevar la
atención a aquello que está atento, puesto que mantiene la idea
de un objetivo a alcanzar. El reconocimiento de esta impotencia
del hacer se hace a partir de la plenitud. Es la plenitud quien
reconoce la escasez. Siguiendo el hilo de atención hasta su punto
de partida, allí donde no hay ninguna distancia que cruzar, os
dais cuenta de que ya estáis completos y que todo intento de
logro no hace más que alejaros de esta evidencia.


P – ¿La cantidad, la calidad e intensidad del «ayuno mental»
tiene alguna influencia para que la Consciencia acceda a este
reconocimiento no objetivo de ella misma?


JMM – La tradición espiritual considera la realización como el fruto
de una maduración, proceso temporal combinando práctica,
interrogatorio y meditación. Según la madurez de cada uno, este
proceso puede extenderse un largo periodo o bien concentrarse
en una fracción de instante. Esto es el «Satori». Aquel que está
preparado recibe la gracia en el mismo momento en el que la
palabra liberadora le percute. Aquel que no está listo, debe seguirlas
investigaciones tanto tiempo como sea necesario, para realizar
plenamente y sin ninguna duda aquello que se está buscando
en él. Cualquiera que sea la vía elegida, la cima de la montaña
siempre está en él mismo. Cuando es habitado, el recuerdo de la
vía tomada desaparece a favor de la belleza revelada.